Una visión crítica sobre los constantes cambios urbanos que se ven y se sienten (que yo veo y siento) en esta ciudad.

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Lugar: Valladolid, Castilla y León, Spain

sábado, septiembre 11, 2010

Ya "semos" taurinos

Por obra y gracia de la mayoría política del Excelentísimo Ayuntamiento, tenemos un apellido más que ponerle a nuestra ciudad. No ha sido una iniciativa popular (o sea, del pueblo) ni una reclamación reivindicada desde el espíritu de la calle; ha sido una decisión de las personas que componen los cargos concejiles que, se supone, han de velar por el buen gobierno de la república de esta ciudad. No sé cuántas corridas de toros tienen lugar al cabo del año en nuestro coso de segunda categoría; quizás diez o doce, todo lo más. Y no hay ningún otro festejo lúdico-sangriento con toros. Nada. No sé cuántas peñas taurinas hay en Valladolid, ni cuánta gente va a la plaza (casi siempre poca, me parece). Y el Museo del Toro, abierto en 2007, es de los que menos visitantes recibe, dentro de la ya escasa afluencia local y foránea a nuestros espacios culturales. Entonces, ¿por qué nos hemos puesto (o nos han puesto) este nuevo apellido? La explicación, quizás, se podría buscar en el texto la moción aprobada. Si lo leemos, encontramos, además de tópicos bastante manidos, frases como "Estas razones son las que nos hacen sentir especialmente concernidos, en la polémica suscitada sobre la prohibición de las corridas de toros..." lo que ya nos va dando una idea; y el último párrafo nos saca de dudas: "En ese mismo sentido de respeto a las libertades va dirigida esta moción. La propuesta de Valladolid como 'Ciudad Taurina' que formulamos pretende, lisa y llanamente, defender uno de los aspectos más relevantes de nuestro patrimonio cultural y artístico especialmente vinculado a nuestra ciudad, así como manifestar nuestra repulsa a las prohibiciones territoriales, dirigidas a erradicar ese patrimonio cultural común y a cercenar la igualdad de los españoles para acceder a su disfrute o ejercicio profesional, en cualquier parte de España". Creo que ese aspecto tan relevante de nuestro patrimonio cultural no está en peligro en Valladolid, al menos mientras siga ofreciendo beneficios económicos a los participantes activos, por muy escasos que sean los pasivos; de modo que, muy posiblemente, debemos centrarnos en esa repulsa para encontrar las verdaderas razones de esta iniciativa tan poco multitudinaria. Pero si alguien todavía no se convence del todo, no tiene más que escuchar las declaraciones justificativas del portavoz defensor, señor Enríquez, terriblemente desafortunadas (las vi por la tele; no sé si podrán encontrarse en alguna parte), y que me recuerdan a esos floridos alegatos localistas que, en las postrimerías de la década de los 30, ensalzaban a Valladolid como cabeza impulsora de lo que por entonces y por esta zona se llamaba Alzamiento Nacional.